Antes de dejaros leer el relato en sí, dejadme que os explique por encima qué es la escritura automática o el fluir de conciencia narrativo: empezar a escribir sin pensar y sin limitaciones de ningún tipo (sociales, de estilo, argumentales…).
Dicho esto, os contextualizo el relato. Me presenté a una prueba de acceso para un Master de Escritura Creativa, y una parte del examen era escribir un relato donde tenía que aparecer una fotografía específica. Tiene daban cerca de media hora para escribirlo. Tomé la arriesgada decisión de hacerlo en escritura automática, sin planificar el argumento ni el ritmo, y no me disgusta el resultado. (De hecho, aprobé con muy buena nota.)
Dejad en comentarios qué pensáis, no solo del relato, sino también del tema que trata. Y ya otro día hablamos de por qué cuando escribo en plan fluir de conciencia acabo escribiendo estas cosas.
(Podéis leer otros relatos míos pinchando aquí.)
RELATO: ¿Quién decide nuestro destino?
Mi abuela siempre decía que nuestro destino está sellado. Me pregunto si fui yo misma quien selló mi final cuando me obsesioné con esa fotografía.
Ahogándose, 2013.
La encontré encima de mi cama, una mañana de enero. Acababa de casarme y nos habíamos mudado a una casita adosada de las afueras, nuestro nuevo hogar. Mi madre vino la noche anterior a cenar y, cuando encontré la fotografía la mañana siguiente, me convencí de que la había dejado ella, y con la tranquilidad que me daba esta explicación, lo olvidé.
Nunca fui feliz en esa casa. Al principio creía que sí, pero pronto la desolación que me envolvía borró el brillo de los buenos momentos. Los sentía como pequeños copos de nieve fría que caían en la nada de un desierto lejano, derritiéndose en el sol, convirtiéndose en ausencia. Ahora los recuerdos se me confunden: no sé si iban antes las flores o los golpes, los gritos o las disculpas.
Tardé diez años en salir de esa casa para siempre. Entre lágrimas y reproches, el que tenía que ser el amor de mi vida me echó de casa y tiró mis cosas por la ventana del porche. Y yo, por primera vez, decidí no volver. Para ello, me obligué a recordarlo todo tal y como fue, con la claridad que da ver las cosas desde fuera. Me sorprendió no haber notado antes las señales, porque ahora las veía aunque cerrase los ojos y los apretase hasta ver aparecer puntitos blancos tras mis párpados. Los golpes, pensaba, ¡los golpes! Y me invadía una parálisis estupefacta al darme cuenta de que siempre los viví como anécdotas sin importancia.
—No puedo vivir sin ti. Disculpa. Perdóname. Vuelve conmigo. Lo siento. Cambiaré. Por favor. Sin ti no soy nadie. No puedo vivir sin ti —Esas fueron las palabras que más veces oí durante el divorcio.
Y tampoco entonces fui capaz de ver las señales.
Tal vez fue el destino el que le llevó a meter esa vieja foto en una de las bolsas que me tiró por la ventana esa mañana de febrero. El caso es que, al deshacer las bolsas en casa de mi madre, encontré la fotografía.
Ahogándose, 2013.
No había vuelto a pensar en ella desde que la guardé en mi mesita de noche, pensando que era uno de esos extraños regalos que mi madre solía hacer.
2013.
Curiosa fecha. Me casé en enero de 2002, y me divorcié en febrero de 2012. Sin embargo, en el reverso de la fotografía estaba bien clara una fecha imposible: 2013. Y me obsesioné, y me dejaron obsesionarme. Supongo que mi madre creyó que me iría bien distraer la mente en algo que no fuese el divorcio.
—Está muerta, ¿no lo ves? —solía decir, señalando a la mujer de la fotografía—. Se le escapa todo el aire de los pulmones. Está muerta, o se está muriendo. ¿Dónde debe ser ese lugar?
—No lo sé, hija mía. No lo sé.
Era el pantano del pueblo de al lado. Ahora lo sé. Solíamos ir allí los domingos después de casarnos, a tomar vino y comer pizza. Tardé casi un año en averiguarlo, pero lo hice, y un domingo de 2013 fui al lago, con la fotografía, a ver si podía entender ese misterio. Fue entonces cuando me quitó la vida: apareció por sorpresa, me susurró al oído que no podía vivir sin mi y me ahogó.
Supongo que sí podía vivir sin mi, después de todo.
¿Quién decide nuestro destino? Es tentador pensar que nunca hubiese ido a ese lago ese triste domingo si nunca hubiese visto la fotografía. Fue la foto la que activó todos los sucesos que me conducirían a mi muerte. Yo sellé mi propio destino, entonces. Aunque no fue esa mi intención al volver de la muerte para entregarme esa fotografía. Mi intención era darme una señal, un aviso, una posible salvación.
Pero para qué sirve dar señales si quien las recibe no las entiende.
Quizás quien selló mi destino fue la sociedad al completo, al no enseñarme a ver las señales. Es celoso porque te ama; te grita porque está estresado; te presiona para tener sexo porque te desea; te ha pegado porque tuvo una infancia difícil. No veía las señales, porque no me enseñaron a verlas. Ni siquiera me dijeron que había señales que ver. Solo me dijeron que el amor lo podía todo, y me lo creí.
Así que cuando tuve el futuro encima de mi cojín, con una fotografía de mi muerte, yo ya tenía el destino sellado.
¿Quién decide nuestro destino?
10 comentarios en «¿Quién decide nuestro destino?»
Es buenísimo!. Me ha encantado.
¡Gracias, linda!
Hola Iris.
Tu texto remueve, tu texto incomoda. No se si decir que me ha gustado mucho jeje pero se queda ahí.
Un saludo 🙂
¡Gracias! Esa era la intención: incomodar.
No me extraña que te pusieran buena nota, es magnífico!
Me encantaría un libro tuyo de relatos cortos. 😉💜
Pues estoy trabajando en dos distintos, uno con una ilustradora maravillosa y el otro con un ilustrador maravilloso. ¡Prontito salen!
Remueve. Al menos a mí me ha removido. Qué importantes las señales, saber que existen, saber interpretarlas.
Me ha dejado con ganas de más.
Gracias.
Gracias, Itziar! 🙂
Un texto conmovedor! me gusta mucha la reflexión, me gusta la manera en que está escrito, claro y conciso, pero que no te deja indiferente.
¡Muchas gracias!