BLOG

Inicio > Blog > Edificando una mentira

Edificando una mentira

Iris Borda

Nadie cuerdo podría hablar mal de Jasper y, sin embargo, ahí estaba él, contando por enésima vez los beneficios de aquel turbio negocio.

Tampoco es como si lo ilegal fuese siempre inmoral, o esa era la filosofía de Jasper. Tantas cosas existían abaladas por la ley que Jasper encontraba de lo más despreciables. La monarquía, sin ir más lejos. En su país siempre habían sido republicanos, pero en un golpe de estado, el dictador se proclamó rey, y ya llevaban así un par de generaciones.

Por tanto, ley y moral eran dos cosas distintas. Bien diferenciadas, de hecho.

—Joder, seguimos perdiendo dinero —refunfuñó Jasper.

—El negocio va mal, jefe —respondió Tony, su segundo al mando.

—Sí, vale.

Seguían perdiendo dinero. Por eso, a sabiendas de que su negocio no era moral, Jasper deseaba que, al menos, fuese legal. Los gobiernos se estaban poniendo muy serios con ese tema; las redadas no paraban de crecer y sus beneficios de disminuir.

Tampoco es como si se fuese a quedar pobre mañana. Jasper tenía dinero para varias vidas, pero la codicia no es algo fácil de complacer.

—Tenemos que lograr que se legalice este tinglado —dijo. Era la primera vez que informaba a sus currantes de esa idea.

—¿Legalizar… la prostitución? Eso suena absurdo, jefe. ¿Cómo vamos a lograr legalizar el secuestro y la extorsión? Además, ¿para qué nos serviría?

—Tony, piénsalo bien. Legalizar algo quiere decir que nos ganaríamos la opinión pública: podríamos publicitar nuestro negocio, nuestros clientes ya no tendrían que esconderse, podríamos hacer ofertas de Navidad, de cenas de empresa o qué sé yo. Pero lo más importante es tener a la opinión pública de nuestro lado. Una vez consigamos eso, ganamos.

—Visto así… —intervino Marcos, uno de los que se encargaba de conseguir chicas nuevas—. Al menos la policía dejaría de jodernos cada dos por tres. 

—Suena genial, claro. Lo que no sé es cómo vamos a lograrlo —dijo Tony.

Jasper tampoco lo sabía, pero estaba decidido a averiguarlo. Desde hacía unos años, las posturas abolicionistas de la prostitución estaban a la orden del día, y todo eso no le interesaba. Para nada.

—Lo primer que hay que pensar es cómo vamos a vender está idea —dijo Jasper—. No puedo ir yo mismo y decir «hola, ¿qué tal?, soy proxeneta y vengo a explicar que la prostitución es mejor legalizarla». 

—Pero entonces ¿quién? —preguntó Marcos—. Es imposible que no sea evidente quien está detrás de esta idea.

—En esto Marcos tiene razón, jefe. Es decir ¿quién más podría querer legalizar la prostitución aparte de nosotros? Bueno, y de los puteros.

—Son clientes, Tony. 

Exacto, ¿quién más podría tener interés en semejante despropósito social? Ojalá su padre estuviese vivo, seguro que se le ocurriría algo para salir de aquel embrollo. Siempre tenía ideas, siempre sabía tirar hacia delante. Su padre le había enseñado muchas cosas, entre ellas que para saber quién hay detrás de algo, solo hay que mirar quién es que sale más beneficiado. Ese es el culpable. Daba igual si hablaba de un asesinato, de tratar de legalizar la prostitución o de cualquier otra cosa. Quien obtiene beneficios, es quien tiene interés en que ese algo sucede y, por extensión, suele ser quien lo promueve.

Ese era el tipo de sabiduría de su padre, que ahora le iría genial. 

—¿Y si se lo pedimos a Elle? —preguntó Antov, quien todavía no había abierto la boca.

—¿Pedirle el qué?

—Que haga famosa esa idea, que sea la cara visible de la idea de legalizar la prostitución. 

—Pero estamos en las mismas —respondió Tony—. Elle es igual que nosotros, es proxeneta. De hecho, es Elle la que capta a muchas de esas jóvenes.

—Eso ya lo sé —replicó Antov—, pero Elle es una mujer.

Clic. Algo hizo clic en la cabeza de Jasper. Claro, Elle era una mujer.

—Que alguien le diga que venga —dijo, y luego alzó la mano, indicando que le dejasen en paz, que estaba pensando. Un gesto calcado de su padre.

Que fuese una mujer suavizaba su imagen. Usar a Elle para esto podía ayudarles a alejarse de la idea del hombre proxeneta malo. Pero no bastaba. Necesitaban algo más. 

—Hay que separar la idea de la legalización del proxenetismo —anunció—. Si logramos eso, creo que podemos llegar a buen puerto. Incluso confrontar ambas cosas, no solo implantar la idea de que la legalización es ajena al proxenetismo, sino que incluso le es contraria.

Tony abrió la boca para decir algo, pero su réplica quedó acallada por la llegada de Marcos y de Elle. 

Elle era la hermana de Jasper, de ahí su tremenda implicación en ese negocio. Jasper reconocía, aunque solo en privado, que Elle tenía mejor ojo para los negocios que él, pero qué más daba. Él era el varón, el jefe. 

—Sentaos, por favor.

Marcos volvió a ocupar su lugar en un taburete, apoyado en la pequeña barra que Jasper tenía en su despacho, y volvió a servirse otro whisky. No eran ni las once de la mañana, quizás demasiado pronto para beber, pero en ese despacho sin ventanas parecía que eran las tres de la madrugada, así que por qué no.

Elle se sentó en uno de los sofás, y miró a su hermano con una sonrisa de condescendencia.

—Marcos me ha dicho la idea que has tenido, Jasper. 

—¿Y esa sonrisita? —respondió él, de mal humor.

—Nada, es solo que llevo años diciéndotelo —entonces Elle miró a todos los presentes, hablándole a todo su público—. Si queremos seguir en este negocio, tenemos que lograr que la opinión pública está de nuestro lado. Es imperativo. 

—Eso comentábamos, Elle —le sonrió Tony.

Elle lo miró sin contestarle. No le soportaba. No soportaba la forma que tenía Tony de desnudarla con la mirada, como si ella fuese una de las putas que tenían, o la forma en la que nunca la llamaba «jefa», como sí hacía con su hermano. 

—¿Y qué ideas concretas tenéis para lograrlo? —inquirió.

—He pensado en que debemos lograr separar la idea de legalizar todo esto de nosotros. Que la opinión pública crea que la legalización no nace del proxenetismo, ¿me explico, hermanita?

—Te explicas, hermanito —replicó, hastiada—. Para lograr esto tenemos que vender la legalización como derechos de las putas. ¿Me explico, hermanito?

Jasper se limitó a bufar.

—Nuestro mayor problema ahora mismo es el dichoso abolicionismo —siguió Elle—. Está calando fuerte la idea de que abolir la prostitución es algo positivo para las mujeres en su conjunto. Hay que vender la legalización como una idea complementaria a esto, y lo que es más importante, venderla como más progresista. Al fin y al cabo, eso es lo que vende: el progresismo y los derechos humanos.

—Eso es absurdo —repuso Antov—. ¿Cómo coño vamos a vender la idea de que la prostitución es derechos humanos?

—Exacto —añadió Tony—. Nosotros secuestramos y extorsionamos, Elle, y luego explotamos a esas tipas para nuestro beneficio. ¿Qué tiene eso de derechos humanos?

Elle suspiró con los ojos cerrados. Todos era imbéciles. 

—Nosotros nos dedicamos a la trata y a la explotación ahora. Eso es lo que vamos a cambiar.

—¿Dejaremos de dedicarnos a la trata? —Jasper estalló en una sonora carcajada—. ¿Te has convertido en una feminista, Elle?

—No seas idiota. No vamos a dejar de hacer nada, pero eso es lo que vamos a vender. No solo se trata de separar la idea de la legalización de los intereses del proxeneta, sino también hay que disociar trata de prostitución. Hay que vender esto como un trabajo, elegible y empoderante. La industria del porno nos lleva años de ventaja en esto.

Jasper no soportaba oír hablar de la industria del porno. Le era útil, pues muchas de las chicas nuevas empezaban en el porno, y una vez sometidas, se las devolvían para prostituirlas, pero seguía sin gustarle. 

El porno había logrado algo que Jasper no se atrevía ni a soñar: ser guays. Mirar porno parecía algo progresista y de izquierdas, especialmente si quien lo consumía era una mujer. Se creía que esa mujer estaba liberada, que vivía a tope su sexualidad. A Jasper eso le sacaba de quicio, él también quería blanquear así su propia industria del sexo.

—¿Años de ventaja? —dijo, al fin, burlesco.

—Sí, Jasper, años de ventaja. Han sabido vender el porno como liberación sexual femenina, y eso es un arma de doble filo: primero sirve para ampliar el público, ahora las mujeres también consumen porno porque está bien visto que lo hagan, y para colmo eso les facilita la captación de nuevas chicas.

—Sí, ya sé que son todo ventajas —replicó su hermano, irritado.

—Pues copiémosles la idea.

—¿Y qué propones, hermanita?

—Discurso. Todo es posible con el discurso adecuado. Verás, para empezar, debemos ocultarnos, pasar desapercibidos. Todo este discurso de querer legalizar la prostitución debe parecer ajeno al proxenetismo. Y eso se logra con dos cosas muy simples: haciendo creer a la opinión pública que es un discurso que nace para proteger a las putas, y por otro lado haciéndoles creer que a nosotros no nos beneficia en absoluto. Que crean que eso nos jode, porque al ser legal la ley nos va a perseguir, como si nosotros pensásemos legalizar a alguien más que a nosotros mismos. ¿Y cómo lograremos estas dos cosas de un solo tiro? Con el feminismo. Debemos hacer pasar este discurso de legalización como un discurso feminista, que nace de las ansias de proteger a las mujeres y blablablá. Y debemos cargarnos el discurso feminista de verdad, aunque sea mintiendo, aunque sea difamando.

pastedGraphic.png

pastedGraphic_1.png

—El siguiente paso es volver invisible, no solo al proxenetismo, sino también al cliente. Al putero. Porque su imagen es importantísima para nuestro negocio. Los hombres que vienen aquí a follarse a esas chicas no quieren sentirse culpables, no quieren tener que pensar en ellas, ni de dónde vienen. No les importa. Así que hay que lograr que su figura pase desapercibida. ¿Cómo? Bien sencillo: creando un falso foco de atención. Cuando tratemos de legalizar la prostitución habrá un debate, eso es seguro, pero como lo sabemos de antemano, podemos guiarlo hacia donde nosotros queramos, para poner el foco mediático bien lejos del putero, o de nosotros mismos.

pastedGraphic_2.png

—El siguiente paso es la trata. Todo esto que hacemos de coaccionar, incluso secuestrar, nunca estará bien visto. El putero puede pasarlo por alto, pero no la sociedad, ni tampoco la ley. Así que hay que invisibilizar la trata. Esto no será nada fácil, pero puede lograrse. Solo nos hace falta implantar la idea de que la trata es una cosa, y esa cosa está muy, muy mal, pero que la prostitución es otra cosa distinta. Da igual si siempre van juntas, el tema es que la gente piense que no.

pastedGraphic_3.png

pastedGraphic_4.png

—Luego hay que colocar a las mujeres que tenemos aquí encerradas a un nivel de trabajadoras respetables, porque es imperativo que la gente vea en esto una profesión y no una explotación. Si vemos trabajo, no vemos esclavitud, ¿me seguís? Así que hay que dejar de hablar de putas, hay que hablar de trabajadoras. Y meter mano con el discurso capitalista: todos somos esclavos y todo eso. Lo que sea para apartar el foco de atención de nosotros y de nuestros intereses.

pastedGraphic_5.png

—Y, desde luego, todo esto hay que maquillarlo bien: libertad sexual, empoderamiento, libre elección, feminismo, incluso dinero rápido y fácil. Qué más da, lo que sea. Si no se creen una cosa, que se crean la otra.

pastedGraphic_6.png

—Por último, y para rematar, tenemos que darles voz a las putas. Tiene que parecer que realmente son ellas las que quieren la legalización, en contra de nuestros intereses. Crearemos sindicatos que dirigiremos nosotros, y pagaremos a algunas de las chicas más dinero del que sueñan para que vayan con el cuento de la puta feliz y libre a cualquier televisión que las acepte. 

pastedGraphic_7.png

En cuanto Elle se calló, todos en la sala estallaron a reír, especialmente su hermano, Jasper. Elle cerró los ojos, irritada. Sabía que tenía razón, lo sabía. O lograban blanquear su propia imagen, o estaban acabados. 

Sin embargo, ahí estaban todos esos catetos, riéndose de ella. Riéndose de la idea que podía salvarles el chiringuito.

—Elle, Elle —Logró decir su hermano, entre risas que ya se iban apagando—. Esto suena genial, ya ves. ¡Sindicatos de putas y todo! ¿Por qué no Pero es soñar despiertos, hermanita mía. 

—Yo creo que es posible.

Jasper volvió a arrancar a reír.

—¿Posible? ¿Cómo va a ser posible colar como feminista, como derechos de la mujer, que legalicemos la prostitución? Todo el mundo se dará cuenta de que aquí solo ganaría una parte, y esa parte es la nuestra.

—Pero…

—Déjalo, Elle. Pensemos otra cosa —sentenció, antes de añadir—. Es imposible que esa idea tuya funcione. La sociedad nunca se lo tragaría. Es absurdo.

2 comentarios en «Edificando una mentira»

  1. Buenísimo este relato, has acertado tanto en todo los puntos que has tocado que me he sentido dentro de esa reunión de proxenetas.

    Lastima que todo esto se esté convirtiendo en la realidad y que no se quede como un simple relato de ficcion…

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

También podría interesarte